Category : Stories
Sub Category : Drama
Ella tenía como treinta y yo acababa de cumplir siete. La descubrí por accidente hablando entretenida en la marquesina con Lourdes, mi prima.
—¿Tienes sueño, mi niño? —preguntó abriéndome sus brazos.
Me cargó para dormirme, me acostó sobre sus muslos y me hice el pendejo. Mi nariz tan cerca de su entrepierna aspiró un ligero olor, mezcla de avena y amoniaco. Se me paró de inmediato y me la llevé a todos los rincones de la casa. La tuve en el baño, en el patio, en el clóset, en el cuarto. Su olor prendido a mi olfato y su nombre de hembra en mi boca. Enersida, Enersida, Enersida. Mi voz se hizo más ronca de tanto llamarla. La amé de prisa todos los días como hasta los trece, cuando el amor me llenó de barritos la cara. La buscaba al llegar de la escuela, husmeando como un perro los rincones. Rezaba porque llegara a las tertulias de vecinas en las noches para bostezar fingiendo el sueño hasta que me doliera la mandíbula, o hasta que ella extendiera el brazo auxiliador que me llevara rendido a su cintura y me preguntara nuevamente con su voz de acordeón: ¿Tienes sueño, mi niño?
Enersida, murmuraba en mis sueños de babitas y me despertaba endurecido con el miedo en el ombligo de que alguien me hubiera escuchado. Mis hermanos parecían leer la verdad de tan sólo mirarme.
—¿Te estás pajeando? —me preguntó un día el segundo, con su cara pegada a la puerta del baño y ahuecando la mano alrededor de una voz soplada.
—No —contesté de prisa, arrojando agua fría en el piso de granito con un jarrito para hacer creer que me bañaba.
"¡Ay, Enersida, mi espuma de jabón de cuaba, nos van a descubrir!", pensaba asustado.
—¿Te estás pajeando? —me preguntó el tercero, mirándome a los ojos.
—¡Que no! —le contesté, bajando rápidamente la mirada.
Si esto sigue así te voy a perder irremediablemente Enersida, pensé nervioso, exprimiéndome los barritos que explotaban contra el espejo.
—Tú te estás pajeando —afirmó el cuarto, amenazando con decírselo al primero—. Mira todos esos granitos en la cara.
—¡Eso es la mantequilla! —le grité furioso.
Y lo negué de nuevo y lo seguí negando y el gallo cantó mas de cien veces, hasta que un día, triste quizás por mi cobardía, Enersida me dijo adiós desde la ventana de un carrito rojo y se fue para siempre con un negro pelotero de Villa Faro.
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